El leviatán de la literatura fantástica actual conocido como
Canción de Hielo y Fuego, nació en 1996. Planteado por aquel entonces como una
sencilla trilogía, vio la luz con un primer volumen titulado Juego de Tronos, que consiguió los
Premios Ignotus, Hugo y Locus para su autor, el ya casi septuagenario George
RR. Martin. Durante un tiempo, no se supo más de la saga, ni destacó
notablemente el libro. Pero el dicho es “todo a su tiempo”. Y así ocurrió que
en 2011, ante el asombro de todos, la bestia despertó de su letargo.
Desde ese momento el fenómeno Juego de Tronos no ha
dejado de crecer. El primer libro pasó de ser novela a icono. Su título, un
montón de letras agrupadas de forma coherente, ha dado origen a toda una
corriente de marketing que disfruta diseñando camisetas, tazas, estandartes y
todo tipo de elementos para despertar el consumo del mayor depredador de la
Tierra. Pero lo más llamativo es que, en apenas dos años, lo que podría haber
sido una trilogía normal y corriente se ha convertido en un vendaval de ventas,
que han venido acompañadas de la fama y el éxito mundial. Eso, además de
encandilar a crítica y lectores. Por si fuera poco y para hacer más llevadera
la espera entre libro y libro, la cadena HBO ha lanzado una serie de la saga
para televisión. El resultado; 5,5 millones de espectadores absortos en una
narración situada en un mundo de reminiscencias medievales en el que la magia
fue olvidada, y que ahora vuelve para decidir el destino de todos sus
habitantes.
Con semejantes cifras y precedentes, uno se pregunta ¿de
dónde viene todo esto?
Está claro que gran parte del éxito está marcado por una
campaña publicitaria que más parece una bestia deseosa de atención. Pero detrás
del envoltorio, queda el sabor del caramelo. Y es que la obra de Martin ofrece
dudas. ¿Qué pasará y cuándo? ¿Cuál es el siguiente paso de tal o cual
personaje? ¿Por qué ha hecho alguien esto o aquello? Y otras mil preguntas que
derivan unas de otras semejando al dragón Ouroboros. Luego vienen las
emociones, indispensables en toda obra que se precie. Los que conocemos la
serie, sabemos lo que es ver crecer y desarrollarse un personaje, para luego
verlo morir. Sabemos también lo que es una historia de amor entre personas que
viven a un mundo de distancia, o hemos conocido el incesto de ciertos
personajes. También hemos comprendido, y esto es memorable, a un personaje
incomprendido, burlado y odiado en su entorno. Hasta el punto de que nos hace
gracia, o lo valoramos por encima de otros que, en teoría, deberían ser mucho
más brillantes.
Otro dato relevante es que en Canción de Hielo y Fuego puede
morir cualquiera. Y no es que uno quiera que vaya muriendo la gente, quizá al
revés, pero este hecho es uno de los que más ata a la gente. Porque ¿si el
lector no encuentra la tranquilidad del entorno conocido al leer, cómo dejar de
hacerlo? Lo mismo da que uno sea noble que bastardo, en la novela, cada cual
forja su futuro mediante decisiones complicadas que, a menudo, vienen determinadas
por las acciones de otra persona que quiere matarlo. Esto deriva en al menos
dos hechos de gran importancia. El primero es un notable aumento de tensión,
porque uno se dice ¡No puede ser! Pero luego resulta que es, y que como decía
la novia salvaje de Jon Nieve, Ygritte, “no sabes nada”. Genial, vamos. El
segundo, es que toda la trama es interesante y relevante. Bien sea porque
llegan los Caminantes Blancos por el Norte, porque los Reyes de Poniente
disfrutan sacudiéndose unos a otros, o por el encanto dragonil de Daenerys
Targaryen, al lector no se le da descanso alguno.
Y es que puede gustarte más o menos el género fantástico,
pero la obra de Martin no deja indiferente a nadie.