sábado, 29 de junio de 2013

Juego de Tronos

El leviatán de la literatura fantástica actual conocido como Canción de Hielo y Fuego, nació en 1996. Planteado por aquel entonces como una sencilla trilogía, vio la luz con un primer volumen titulado Juego de Tronos, que consiguió los Premios Ignotus, Hugo y Locus para su autor, el ya casi septuagenario George RR. Martin. Durante un tiempo, no se supo más de la saga, ni destacó notablemente el libro. Pero el dicho es “todo a su tiempo”. Y así ocurrió que en 2011, ante el asombro de todos, la bestia despertó de su letargo.
Desde ese momento el fenómeno Juego de Tronos no ha dejado de crecer. El primer libro pasó de ser novela a icono. Su título, un montón de letras agrupadas de forma coherente, ha dado origen a toda una corriente de marketing que disfruta diseñando camisetas, tazas, estandartes y todo tipo de elementos para despertar el consumo del mayor depredador de la Tierra. Pero lo más llamativo es que, en apenas dos años, lo que podría haber sido una trilogía normal y corriente se ha convertido en un vendaval de ventas, que han venido acompañadas de la fama y el éxito mundial. Eso, además de encandilar a crítica y lectores. Por si fuera poco y para hacer más llevadera la espera entre libro y libro, la cadena HBO ha lanzado una serie de la saga para televisión. El resultado; 5,5 millones de espectadores absortos en una narración situada en un mundo de reminiscencias medievales en el que la magia fue olvidada, y que ahora vuelve para decidir el destino de todos sus habitantes.
Con semejantes cifras y precedentes, uno se pregunta ¿de dónde viene todo esto?
Está claro que gran parte del éxito está marcado por una campaña publicitaria que más parece una bestia deseosa de atención. Pero detrás del envoltorio, queda el sabor del caramelo. Y es que la obra de Martin ofrece dudas. ¿Qué pasará y cuándo? ¿Cuál es el siguiente paso de tal o cual personaje? ¿Por qué ha hecho alguien esto o aquello? Y otras mil preguntas que derivan unas de otras semejando al dragón Ouroboros. Luego vienen las emociones, indispensables en toda obra que se precie. Los que conocemos la serie, sabemos lo que es ver crecer y desarrollarse un personaje, para luego verlo morir. Sabemos también lo que es una historia de amor entre personas que viven a un mundo de distancia, o hemos conocido el incesto de ciertos personajes. También hemos comprendido, y esto es memorable, a un personaje incomprendido, burlado y odiado en su entorno. Hasta el punto de que nos hace gracia, o lo valoramos por encima de otros que, en teoría, deberían ser mucho más brillantes.
Otro dato relevante es que en Canción de Hielo y Fuego puede morir cualquiera. Y no es que uno quiera que vaya muriendo la gente, quizá al revés, pero este hecho es uno de los que más ata a la gente. Porque ¿si el lector no encuentra la tranquilidad del entorno conocido al leer, cómo dejar de hacerlo? Lo mismo da que uno sea noble que bastardo, en la novela, cada cual forja su futuro mediante decisiones complicadas que, a menudo, vienen determinadas por las acciones de otra persona que quiere matarlo. Esto deriva en al menos dos hechos de gran importancia. El primero es un notable aumento de tensión, porque uno se dice ¡No puede ser! Pero luego resulta que es, y que como decía la novia salvaje de Jon Nieve, Ygritte, “no sabes nada”. Genial, vamos. El segundo, es que toda la trama es interesante y relevante. Bien sea porque llegan los Caminantes Blancos por el Norte, porque los Reyes de Poniente disfrutan sacudiéndose unos a otros, o por el encanto dragonil de Daenerys Targaryen, al lector no se le da descanso alguno.

Y es que puede gustarte más o menos el género fantástico, pero la obra de Martin no deja indiferente a nadie.